De Rosario Villajos ya había leído anteriormente La Educación Física. Me gustó porque la obra exponía la absurda naturaleza de nuestras convenciones sociales, esos invisibles hilos que tejen nuestra existencia sin que apenas lo advirtamos. Aquella novela ilustraba con sobriedad estilística cómo la sociedad impone disciplina y control sobre el cuerpo femenino, y las profundas implicaciones que esto tiene en el desarrollo personal. Lejos de caer en sermones trasnochados, la narración se zambullía sin aspavientos en el turbulento pantano de la adolescencia, ese laboratorio caótico donde se mezclan hormonas, dudas y ansias de ser o no ser. Cada página era un espejo deformante que, en vez de devolver clichés, nos obligaba a preguntarnos: ¿cuánto de nuestro «yo» es realmente nuestro, y cuánto un traje prestado que nos han cosido a medida los fantasmas colectivos? Literatura que no da respuestas, sino bisturís para abrir costuras.
Tan complacido quedé tras la lectura de aquella primera lectura que ahora
he leído una novela anterior de la misma autora: La muela.
Sorprende el contraste entre ambas creaciones: si La
Educación Física resplandece por su arquitectura formal, por la precisión
de su engranaje narrativo —ese montaje paralelo que pulsa como un metrónomo
infalible—, La muela se presenta como un organismo más
asilvestrado, un anarco-relato a ratos caótico, menos preocupado por la
perfección estructural.
Paradójicamente, este aparente descuido del andamiaje
narrativo ha conseguido conmoverme con mayor
intensidad. Su fluir espontáneo, sostenido por la fascinación intrínseca del
material literario, logra establecer un pacto íntimo con el lector, de manera
que las emociones se filtran por las grietas de una estructura menos férrea.
Cada una de las novelas resplandece con luz propia: una por
la perfección virguera de su forma y la otra por la autenticidad de su latido
emocional. Dos caminos diferentes que conducen a un mismo destino: la
revelación de una autora cuya poderosa mirada transforma lo ordinario en
extraordinario, muy recomendable.
Y además es bien mona la muchacha —fueraparte de simpática—,
que tuve el placer de verla en la feria del libro del año pasado.
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