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miércoles, 11 de enero de 2023

Religiosidad ante la adversidad

Mi reciente visita, mil veces pospuesta perezosamente desde hace más de una docena de años, al convento dominico de Santo Domingo finalmente ha resultado de lo más inoportuna. 

Claustro de Santo Domingo de Guzmán

Iglesia de Santo Domingo de Guzmán

Coro de Santo Domingo de Guzmán

Aclaremos el asunto: la iglesia, el coro y el claustro son preciosos y da gusto pasear por allí, pero en el espectáculo audiovisual con el que exhiben su hermoso Belén han tenido la pésima idea de incluir el recitado de un penosísimo texto presuntamente religioso que da puta vergüenza ajena escucharlo, de secta horrible. En El Vaticano van a tener que cambiar un poco el márquetin del catolicismo porque está mega rancio, a ver si fichan al community manager de la policía aunque sea, porque con una religión tan escasamente atractiva la gente está pidiendo la portabilidad a otras religiones menos cavernícolas. Yo estoy por pasarme al budismo...

Belén

En fin y todo esto viene a cuento de que hay quienes afirman que en momentos de desconsuelo y temor o cuando uno se aproxima a las inmediaciones de la muerte surge o renace en nosotros una cierta religiosidad que viene a ofrecernos algún consuelo o esperanza.

Dentro de unas horas entraré a un quirófano y lamentablemente no podré acogerme a este comodín de  miedosos porque mi religión, la que me ha tocado mamar en mi espacio y tiempo, la católica, es tan siniestra que prefiere uno que no exista ese repulsivo dios que patrocinan. Que igualmente no existe, gracias a dios, nótese el cachondeo.

La Muerte

Menos mal que yo viví mi propia experiencia religiosa en cierta ocasión en la que estuve temporalmente fuera de mi cuerpo y me encontré en un lugar idílico, levitando cómodamente en un océano de paz y tranquilidad ajeno a cualquier dolencia o preocupación, donde todo era amor y todo era Uno.

Cuando regresé a mi cuerpo lo hice contra mi voluntad, no quería abandonar aquel lugar celestial maravilloso —¡al que sentía pertenecer!— y sólo regresé porque sabía que podría volver allí en otro momento; no albergaba ninguna duda al respecto. La vuelta a mi individualidad corporal resultó violenta y dolorosa, pero es que uno tiende a agarrarse a lo conocido.

Y aquí me tienen bien sujeto a la rama del árbol de la vida, porque por muchos éxtasis religiosos que uno tenga siempre le pasa un poco como al personaje del célebre chiste del coleccionista de mariposas que contaba Eugenio: "Pero... ¿hay alguien más?"

En fin, deséenme suerte y a ver si en un tiempo puedo regresar a este blog más fuerte y animado, si es que queda algún lector/a ahí. Feliz año y eso.

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