Qué alegría que los hijos crezcan fuertes y sanos y lleguen a ser autónomos.
Y qué pena también, qué nostalgia a veces de cuando uno era importante para alguien.
Me viene a la memoria —gracias a mi cuaderno— aquel sábado por la mañana, hace muuuchos años, cuando escuché unos pasitos en el suelo dirigiéndose hasta la cama de matrimonio:
—¿Quién anda ahí?
Era mi hija Marta, tan chiquitita entonces.
Se mete en la cama conmigo y me cuenta que ha tenido una pesadilla y me reprocha que no funciona el atrapasueños que le compré ayer.
—Habrá que llevarlo a la tienda para que lo reparen, aún estará en garantía...
—No bromees.
—Chiqui, eso del atrapasueños es sólo algo simbólico para tranquilizarnos, es como esas estampitas de la virgen que la abuela va escondiéndonos por la casa y el coche.
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