Lo último del escritor ubetense contiene tres capas narrativas: un diario en cursiva de los días del confinamiento en el que predomina la observación y el temor a lo ignoto, otro unos meses después que consta de reflexiones sobre cómo se actuó y una tercera —más agradecible— en la que deja memoria de su familia y su infancia.
Para mí este último libro de Antonio Muñoz Molina vuelve a ser un libro de Schrödinger que cuando lo abres y lees un fragmento lo mismo está vivo y te fascina que está muerto y apesta.
Creo que ese es el problema de las últimas publicaciones del jienense, que está provocando una crisis subprime literaria empaquetando juntos fragmentos deliciosos con otros que son pura broza de párrafos de relleno y claro: su otrora rentable mercado literario... colapsa.
En fin, por las partes notables —y sobresalientes—, las más personales, merece la pena leerlo.
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