martes, 20 de julio de 2021

Expediciones a los Metaversos (Parte I)

Adentrándose en terreno desconocido

 

Una historia de terror a lo Black Mirror


Vengo hoy a compartir con vosotros una situación de auténtica película de miedo —de las buenas, terror psicológico en estado puro, no de esas de sustitos— que me aconteció la otra noche en los mundos virtuales. Algo en la línea de los capítulos aquellos de 'Alfredico': Alfred Hitchcock Presenta.

Ese tipo de horror como el que sientes cuando te descubres repentinamente fumando —sin darte cuenta cómo— después de llevar años luchando contra la tentación del tabaco... qué mal rato hasta que te despiertas y te cercioras de que se trataba de una pesadilla...

Alfred Hitchcock Presenta serie de televisión terror

Uso las gafas de realidad virtual Oculus Quest 2 a modo de recompensa reforzante para premiarme a mí mismo cuando soy productivo física o intelectualmente. La otra noche llegó uno de esos momentos de gozar del merecido azucarillo y al ajustarme los v-lupos decidí que ese día exploraría por vez primera un espacio virtual social. ¡Viva la aventura!

Dicho y hecho. Pese a mi timidez e insociabilidad busqué una app de esas sociales gratuita, la descargué e instalé en un periquete.

Iba a estrenar en público mi presencia virtual luciendo el avatar que al efecto confeccionó mi hijo nada más comprarme las Oculus Quest 2 (es tradición, desde que era un crío me hizo mi primer avatar para la Wii y así desde entonces en todos los ciberaparatillos, se le da muy bien).

No menos cierto resulta que yo tuneé ligeramente el muñeco que modeló mi heredero dotándolo de un poco más de cabello, algo más de altura y aligerándolo un poco de cintura; que tanta verosimilitud tampoco la considero necesaria ni siquiera virtuosa.

Entré en una especie de enorme espacio chulísimo a mitad de camino entre centro comercial y multicines enorme: una especie de arquitectura híbrida entre el Kinépolis de la Ciudad de la Imagen y el Cinesa Nassica de Getafe. Miré hacia arriba y el techo de cristal estaba altísimo y dejaba ver algunos rascacielos a lo lejos en la ciudad.

Primero recorrí el amplio pasillo principal a cuyos lados había salas con espectáculos, ignorando en un primer momento a toda la gente hasta que lograra ubicarme un poco en aquel espacio virtual desconocido.

Centro comercial teatro cine salas realidad virtual VR RV

Había un teatro en el que exhibían algún tipo de espectáculo de baloncesto. Pasé de largo. Luego vi otro de un monologuista. Sentí la llamada de la comedia y entré a husmear un poco. El sitio era una chulada, un poco como el Teatro Real de Aranjuez en modelno, con sus zonas de palco a las que se accedía por un ascensor. Estuve un rato mirando, había público asistiendo al show, pero parecía en general que la gente estaba más interesada en socializar: en la platea no hay butacas sino que es más rollo festival de Glastonbury.

Salí de allí y entré en la sala que estaba justo en frente, donde había un concierto de música modernilla a cargo de una joven. Comprobé que la sala era igual en diseño a aquella otra que acababa de abandonar. Subí al palco —donde había menos gente— y recorrí todo aquello sin prestar mucha atención a la muchacha que en el escenario se esmeraba rasgando las cuerdas de su guitarra eléctrica. Observé que ahí la gente también estaba más por la labor de charlar y ligotear en el patio de butacas (sin butacas) que a otra cosa.

Abandoné el lugar y volví a deambular por la poblada galería principal en busca de un nuevo entretenimiento que me atrajera hacia una de las salas. En una proyectaban una especie de docu-tutorial sobre realidad virtual y me metí allí. El diseño era como el de las otras salas. Sabiendo ya de su estructura me fui a la parte más alta por estar solito, pero cuando llegué había allí una pareja que parecía intimar mucho y prudente y educadamente me aparté a una esquina más remota.

Pese a ello vino hacia mí una joven de pelo moreno, se paró a mi lado. La miré y es un poco inquietante porque yo estaba sentado tranquilamente en mi casa, solitario, de madrugada y de pronto estaba socializando y una muchacha se me quedaba mirando y se giró para mirarme de frente, yo hice lo propio con ella y de repente estaba interactuando con una persona real en un espacio sin dimensiones pero que parecía absolutamente verídico. Yo entré con los cascos y el micrófono conectado, o sea que en todo momento cuando me acercaba a los corrillos de personas congregadas escuchaba sus conversaciones perfectamente (al alejarte se iba oyendo menos y al acercarte se oía mejor, claro). Como la joven se situó tan próxima a mí la escuché perfectamente cuando me preguntó:

You speak German?

Caray, qué impresión de experiencia... en un lugar del ciberespacio estamos reunidos gentes de todo el mundo, aburridotes, con ganas de vivir alguna experiencia, pero ni podía imaginar que sería tan realista y casi me avergonzaría tanto como una en el mundo exterior...

No, sorry.

Vi que movía sus manos expresando un gesto de fastidio universal y entonces me dijo:

Speak French?

Oui, un peu...

Pero inmediatamente me di cuenta de que su voz era la voz de una niña, no la de una mujer, así que rápidamente dejé de mirarla y me puse a atender a la pantalla en la que se proyectaba la peli. Desairada como una adulta la muchacha no tardó mucho en marcharse de mi lado.

Después de dar un rule rápido por varias salas (por desgracia no había ninguna exposición artística, que es lo que me hubiera apetecido más) decidí ir al pasillo principal de aquel lugar, a la parte central donde aparecían los recién llegados y donde más gente se reunía.

Iba moviéndome (ya le estaba pillando el tranquillo a aquello) ágilmente entre la gente y de pronto una chica rubia de ojos azules se ma quedó mirando descaradamente. Dioxxx, estaba sonrojadillo detrás de mis gafash, qué atrevimiento el de aquella joven, qué impresión causa, que auténtico se siente... ¡llevo años sin que me vean las jovencitas! Y ahora una hermosa rubia de ojos azules parecía estar coqueteando conmigo haciéndome señas (ella tenía el micro desactivado). Se colocó justo frente a mí, muy cerquita, y extendió sus manos hacia mi cuerpo.

Me dio la impresión de que quería chocar su puño contra el mío en plan saludo moderno. No me leí las instrucciones, pero vi por encima que había algún gesto parecido que se podía hacer para añadir a alguien como amigo. Así que choqué mi puño con el suyo y tras el impacto saltó como confeti virtual, fue muy chocante y gracioso, así que volví a hacerlo un par de veces más.

A mí esa hermosa desconocida que de pronto se me quedaba mirando y gesticulando con tanto descaro me estaba consiguiendo azorar y no es menos cierto que mi autoestima estaba viniéndose muy muy arriba: ¡qué gustazo volver a ser visible para las jóvenes hermosas tras lustros de absoluta invisibilidad!

Maiseiforyuti Maiseifoyuti Juego de manos infantil Mai sei for yuti tu eres alta Badabadu

La atrevida rubia empezó a hacer manitas conmigo y yo —normalmente— no me achico si una belleza de ojos azules y cabellos dorados coquetea conmigo, así que empecé también a tontear con las manos, juntándolas, poniendo el pulgar hacia arriba mirándola a los ojos, poniendo las manos como si fueran una pistola y disparando al aire.

Estaba tan a gusto con ese tonteo que me dio por hacer ese jueguecito infantil de chocar las manos al ritmo de la música (ella podía escucharme, pero la belleza nórdica tenía silenciado su micrófono) y empecé a chocar las manos yo mismo y luego con ella entonando aquel clásico:

Mai sei for yuti, tú eres alta, mai sei for yuti, tú eres tú, badabadú...

La rubia, divertida, intentaba seguirme el rollo y con entusiasmo buscaba nuevas maneras de interactuar conmigo.


Terrible presentimiento: miedo, terror, horror, susto, angustia

Repentinamente sentí un frío gélido recorriendo mi espalda. Aquel entusiasmo... esa energía... tanto divertimento ante una tontadita... se me encendió la alarma como si estuviera en un submarino a punto de hundirse. Y entonces y solo en aquel momento me fijé con interés en el nombre de la rubia: un nombre inglés normal, como cualquier otro, y el apellido tampoco decía nada especial, peeeroooooooo... me fijé en el numerito que tenía detrás su nickname.

Cero nueve. ¿Cero y nueve?...

¡¡¡Mierda, joder: 09!!! ¿Esa muchachita rubia adorable habría nacido en el año... 2009? ¡¡¡Entonces tendría once años!!!

Qué horror,  me vino un ataque de ansiedad y pánico, me sentía increíblemente sucio e inusualmente idiota... ¿estaba ciberflirteando con una nena de once añitos?

Ante la duda —abochornado, cual si llevara una asquerosa gabardina virtual sin nada debajo— pulsé apresuradamente el botón de apagado de las gafas.


 Black Mirror episode

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