Desde siempre me ha gustado estar al tanto de las nuevas tecnologías e incluso —en la medida de mis posibilidades— procuro situarme en la vanguardia.
Me recuerdo a mí mismo en 1993, cuando uno para ponerse al día se compraba revistas (de cine, de tecnología, de historia... qué tiempos tan lejanos parecen ahora) leyendo en una de videojuegos acerca de una alfombra que iba a detectar los movimientos del jugador y en la que podrías interactuar en juegos de lucha con patadas y puñetazos reales que serían detectados por la 'alfombra' y se trasladarían al videojuego de combate en tiempo real. ¡Qué increíble! En la revista aquella de 1993 hablaban de esa tecnología como si ya estuviera a punto de aparecer, pero tardaríamos muchos años aún en ver algo parecido.
Desde siempre me interesó la realidad virtual. Ya en los años 80 empezó a hablarse seriamente de su despegue, pero ya vemos que aún tardó muchos años en evolucionar siquiera una tecnología 3D medianeamente aceptable y cuando se quiso explotar comercialmente se hizo de manera tan precipitada y chapucera que fue un merecido absoluto fracaso comercial que se autodestruyó totalmente, una absurda y trágica aniquilación.
Pero finalmente hemos empezado a llegar a un punto tecnológico tan avanzado en el que empieza a parecer posible desarrollar con garantías las tecnologías de RV.
Impaciente siempre, me regalé un casco de realidad virtual hace un par de navidades. Se trataba de PS VR, que se conecta a la PlayStation 4. Lleva cables y una cámara externa que se encarga —junto a los dos mandos— de posicionar al jugador.
Me compré varios juegos para probar la anhelada tecnología y obtuve buenos momentos placenteros, pero siendo absolutamente sincero la experiencia me parecía aún demasiado mejorable como para entregarme a ella: me mareaba excesivamente, la precisión de la localización es torpecita, probé un juego de ping pong y era una auténtica castaña en cuanto a físicas; más allá de conseguir una buena inmersión... porque solté la pala —el mando— sobre la mesa del espacio virtual (¡inexistente!) y el mando cayó al suelo de mi casa con estrépito.
En fin: los vídeos se veían con mala calidad y atontaban mogollón, el tener que estar conectado con cables es un coñazo y acabas enrollándote con ellos constantemente y te limitan muchísimo, parecía todo el rato que llevabas unas gafas de bucear antiguas, los mareos eran constantes y desagradables y no encontraba nada especialmente memorable con lo que prolongar su uso. Así que ahí he tenido las gafas cogiendo polvo, alguna vez las usan mis sobrinillos porque a mi hijo tampoco le llama la atención demasiado el invento.
Las gafas para PC ni me las he planteado porque estoy encantado con mi PC con Windows 7 que vuela al lado de los cacharros que arrastran el mastodóntico Windows 10 (lo uso en el trabajo y da pena y asco: su lentitud geológica me desespera). Así que no pienso comprarme otro ordenador hasta que salga Windows 11 (al que tampoco le tengo mucha fé, pero parece será más liviano y desaparecerán algunas de las mierdas que no soporto de W8 y W10).
Pero cuando me enteré de que salieron las Oculus Quest... ¡la cosa se ponía interesante!
Esto ya sí: definitivamente merece la pena.
Así que en cuanto sacaron las Oculus Quest 2 y sus últimas actualizaciones con todas estas posibilidades no lo dudé y me las compré.
En estos momentos —¡cruzo los dedos y toco madera!— estoy on fire física y psicológicamente: en esta última semana he nadado más horas que en los últimos veinte años, ídem con los kilómetros de bici recorridos y de cinta caminados, etc, además de estar convencido de que en los dos próximos años voy a ser capaz de publicar otros dos libros de relatos ¡y dos novelas! (mientras escribo en paralelo las primeras páginas de mis memorias, de las que ya tengo —gracias Sap— mucho material recopilado)... así que aunque me he comprado las gafas voy intentando dosificar mucho su disfrute y las uso como premio cuando me porto bien (o sea cuando me ejercito físicamente o escribo abundantemente).
Puedo adelantar que mis experiencias han sido ya maravillosas, brutales, alguna terrorífica también...
En los próximas días les contaré algunas de esas imborrables vivencias.
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