domingo, 24 de mayo de 2015

Montañas de sueños, terremotos y un final redondo.

[INTRO: tenía razón la amiga Rebeca cuando dijo que tenía un poco abandonado el blog… ¡más de un año sin escribir en él! Más o menos desde que me compré aquellas botas...]


Ah, el mundo onírico, tan sorprendente e inquietante.

Lamentablemente no suelo recordar mis sueños, pero da la casualidad de que los dos últimos que recuerdo vívidamente han compartido tema: las montañas.

Cabría pensar que esto ha sido motivado por la desaparición de mi prima en el Himalaya tras el famoso terremoto, pero lo cierto es que el primero de los sueños tuvo lugar antes de aquel acontecimiento.

En el primer sueño iba yo solito de caminata por una zona montañosa. Sé que estaba inspirado en la Serranía de Ronda porque todo el entorno era muy similar a aquel. Parecía un camino sin peligro, pero conforme iba subiendo miraba hacia adelante y el sendero parecía complicarse. El caso es que llegó un momento en el que vi que era imposible seguir sin un riesgo importante y decidí desandar lo andado. Pero hete aquí que ese camino, que hasta entonces había parecido sencillo, al mirar hacia atrás se volvía del todo impracticable, peligrosísimo. Me quedé paralizado por el miedo en busca de ayuda porque no podía seguir ni volver atrás. Miré desde mi elevada posición hacía un lado y a lo lejos divisé una carretera, así que me quedé observando para pedir auxilio a quien transitase por allí. Nadie pasaba hasta que percibí un movimiento… ¡era un barco! Sí, un gran barco iba navegando por el asfalto caliente. La mala noticia es que era un buque fantasma y nadie me vio, la buena: que me di cuenta de que estaba soñando y me desperté tranquilamente.

Lejos de mí quedan ya aquellas sesudas interpretaciones freudianas de los sueños (cuando era joven), así que lo del barco lo interpreto simplemente como algo inspirado en el último videojuego de Mario Kart para la WiiU, concretamente el circuito Dunas Huesitos (Bone-Dry Dunes), ese circuito en el que aparece un barco navegando por la arena.

La otra parte del sueño es un clásico: el que una situación aparentemente sencilla se convierta repentina e inesperadamente en una experiencia angustiosa y peligrosa (he soñado varias veces otra versión de lo mismo: accedo a un lugar subterráneo amplio, pero al querer salir el mismo sitio es claustrofóbicamente  angosto y no quepo por el pequeño hueco de la escalerilla de salida). 
 
Otra desencadenante que he encontrado en el tema montañero en mis sueños es que hace más de un año que me compré unas botas para practicar senderismo, en plena euforia de mis caminatas campestres,  y lo cierto es que en todo este tiempo... ni siquiera he llegado a estrenarlas, qué vergüenza.

Cuando conocí la noticia del terremoto en Nepal no tenía ni idea de que una prima mía se encontraba allí de vacaciones. Tuvo la suerte de que le pilló a un día del campamento base del Everest cuando se produjo el primer temblor. También la Fortuna fue su cómplice porque el lugar donde se hospedaba se derrumbó y no la encontró dentro. Ella llamó a casa y publicó en Facebook para que supiésemos que había sobrevivido. Bien.

Mas hete aquí que al día siguiente se produjeron varias réplicas, una de ellas muy fuerte y desde entonces no se volvió a tener noticias de ella. Los días transcurrían angustiosos sin ninguna novedad. Mi tío no es de los que se desmoronan fácilmente, pero llegó un momento en el que se encontraba del todo superado por la situación después de haber realizado cuantas gestiones estaban en su mano. Lo ayudé como pude buceando durante varios días  en redes sociales, especialmente en Twitter, con constantes búsquedas en diversos lugares porque no sabíamos de su ubicación exacta. ¿Habría seguido hacia el campamento base? De pronto me vi convertido en un experto en geografía del Himalaya, confeccioné hasta mi propio mapa. ¿Estaría en Labuche, quizá en Pheriche, acaso en Dingboche? ¿No era lo lógico y sensato intentar llegar a Namche Bazaar para seguir camino desde allí hasta Lukla, donde está el aeropuerto más cercano?  Contacté con un montón de gente y vi a varias personas de distintos países igual de desesperados que yo buscando a sus familiares. De la embajada de Nueva Delhi no volví a tener noticias desde que me dijeron que estaban intentando localizarla una semana atrás. Todo esto complicado por mi penoso dominio del inglés (este año me he vuelto a apuntar a otro curso de seis meses para progresar algo). 

Rellené una ficha en el estupendo buscador de personas de Google, nacido tras la tragedia de Nueva Orleans, escribí hasta al Hospital de rescate de montaña del Himalaya (que después supe que se destruyó tras la primera sacudida), la dimos de alta en el buscador de desaparecidos de la Cruz Roja, hablé con alguna periodista (que se portó bien pese a la poca simpatía que me despierta su medio)… pero nada, sin noticias.

Intentaba transmitirle a mi tío serenidad, con la seguridad de que la falta de noticias se debiese simplemente a que, tras las réplicas, la zona quedó prácticamente incomunicada y a que ella tampoco haría un esfuerzo enorme por comunicarse tras haberlo hecho aquella primera vez, cuando el temblor gordo, pero el hombre se encontraba abatido.

Pónganle la famosa musiquilla de “El muerto vivo” de Peret: “No estaba sepultada, estaba haciendo trekking”. Ahora imaginen la situación. Una chica joven se va de vacaciones al Himalaya para disfrutar su pasión de practicar senderismo en un lugar privilegiado del planeta. Se produce un terremoto, pero ella —paseando por el campo tranquilamente— apenas siente un ligero mareo. Cuando vuelve al hotel contempla la devastación y la magnitud de lo sucedido y entonces se comunica con su familia para decir que está bien. Ha tenido suerte, no le ha pasado nada y puede continuar con sus vacaciones. Y eso hace, sigue con su montañismo como si nada. Transcurren los días gozosamente hasta que al final de una jornada de caminata llega al poblado de Namche Bazaar y en las paredes que quedan en pie de un edificio ve —estupefacta— unos carteles con fotos suyas con el “DESAPARECIDA. SE BUSCA”.

Y entonces fue cuando llamó a casa, volvió a postear en Facebook y se percató de la que la había “liao parda”. 

Por mi parte retiré rápidamente los anuncios de su busca y contacté de inmediato con la embajada para que pudieran centrar sus esfuerzos en localizar a los otros pocos españoles desaparecidos que para entonces quedaban.

Este puede haber sido el desencadenante del segundo de mis sueños. Andaba yo en solitario de nuevo por las montañas, esta vez de Samarkanda (no sé por qué puñetas porque ni siquiera sabía con precisión donde se encontraba tan famosa ciudad). Al llegar a un altiplano veo a un montón de gente acampada con pinta de hippies , debemos estar congregados allí por algún tipo de evento raro. 

Una hermosa hippie rubita, con un vestidito florido, vaporoso y sexy se viene a charlar conmigo y a coquetear sin reparo, pero no sé por qué puñetas la rechazo con todo el tacto que puedo. Pese a ello queda desairada y me monta una escena. Creo que me desperté en ese mismo momento porque —como en el otro sueño montañero anterior en el que un barco navegaba por la carretera— había llegado el punto en el que había descubierto que aquella situación era tan altísimamente improbable que debía ser un sueño.
 :-(

Y de la chica hippie sexy voy a pasar, así de golpe, porque yo lo valgo, a comentar el final de la serie «Mad Men».

Esta serie ya clásica —y en el Top Ten de las mejores— la he visto capítulo a capítulo desde su inicio, al día siguiente de su emisión en USA. Ha sufrido algunos altibajos, pero un gran nivel en general. Hace poco se la recomendé a mi padre (tras el fracaso de mi asesoría con «The Wire»… “Hay demasiados negros, no los distingo”, comentó para justificarse) y me ha dicho que esta es, sin duda, su serie favorita (previsible, él pasó un año entero en USA entre 1967 y 1968).

Lo que no se le puede negar es que su final, al menos para mí, ha sido redondo, casi perfecto, especialmente en cuanto a su personaje principal.

La impaciencia me llevó a ver el episodio postrero en soledad, no esperé a la señora Maif, con quien volví a ver el capítulo al día siguiente, con la expectación de escrutar su cara en el último minuto, la reacción que le producía el final grandioso.

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          ****  A partir de aquí Spoilers ***

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Muy a menudo “menos es más” y este cierre de la serie Mad Men consigue, sin grandes volteretas, auparse como mi final preferido fiándolo todo a los tres últimos minutos, en una sucesión de imágenes —convenientemente potenciadas con una musiquilla guay— en las que contemplamos el destino de nuestros protas. Quizá lo de Peggy Olson está un poco traído por los pelos, pero pese a ser alérgico al edulcorante narrativo, no me ha echado para atrás su happy end de comedia romántica al uso. Pero el punto fuerte del final de la serie es cuando sabes que se acaba en unos segundos y ves a Don aún perdido, aparentemente renunciando a todo por cuanto ha luchado desde siempre partiendo de cero, ahí sentado meditando, como para espantar sus problemas y de pronto… esta sonrisa iluminadora…
 
…que no sabes muy bien cómo interpretar hasta que lo comprendemos todo —la brutal elipsis— al empezar a sonar la mítica cancioncilla del anuncio cumbre de Coca-Cola.

¡El muy canalla se ha ido al otro extremo del consumismo capitalista a buscar inspiración para vendernos su mierda! Ese es su oficio, su pasión… simplemente magistral.

Me emocioné de verdad y cuando aparecieron los títulos de crédito estaba en éxtasis, ¡bien jugado,  maestro Matthew Weiner!

Aquí les dejo el momento final del capítulo:




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