Se recomienda oír esta música de fondo mientras se lee esta entrada.
Paranoias
La noche del cinco de enero de 1973 -a mis cinco años de edad- en San Roque (Cádiz) me levanté de la cama después de medianoche, supongo que nervioso en aquella mágica madrugada, para hacer pis.
Ya en el pasillo, camino del lavabo, vi que había luz en el salón y de allí salían unas risas. Abrí la puerta, me asomé y vi a mis padres y a mi tío Armando que me miraban -y se miraban entre ellos- con reproches y con disgusto, mientras (haciendo malabares) mi padre trataba de ocultar de mi vista los juguetes con los que el tío Armando se divertía con indisimuladas risas.
A la mañana siguiente me encontré con que los reyes magos me habían traído un montón de juguetes y tuve mi primer déjà vu al contemplar esos juegos que había atisbado fugazmente la noche anterior, como en sueños.
Destaco especialmente de entre aquellos regalos uno que de alguna manera marcó mi futuro: la camiseta del F. C. Barcelona. ¿Qué tiene de especial? Pues… que mi familia es madrileña y madridista, para más guasa. Mi madre –que no sabe ni quiere saber nada de fútbol- se ve que se retrasó al enviar la carta a Sus Majestades y como ya no quedaban camisetas del Real Madrid y el niño no se iba a quedar sin su camiseta… pues allí amaneció la chamarreta del Barça conllevando el inesperado nacimiento de un culé madrileño. Después tuvo que coserme un 14 a la espalda. Aunque el “juguete” favorito de mi infancia en realidad fue un atlas geográfico que tenía mi padre.
Cuatro días después, el diez de enero de 1973, en televisión española proyectaron una película: «El fantasma y la señora Muir». A mí ya me gustaba mucho el cine, pero pensaba en cómo podría acordarme de mayor de cuál había sido la primera película que yo había visto, así que decidí memorizar el título de aquel largometraje como el primer film de mi vida. Al final me quedé dormido viendo la película, pero sigo recordando aquel título como consecuencia de mi capricho infantil.
Ayer, 5 de enero de 2011, después de varios años peleado con mi escáner sin ser capaz de configurarlo bien en ninguno de mis tres ordenadores (cada uno con un sistema operativo diferente) al percatarme de que siempre me daba el mismo mensaje de error, que me remitía al manual de instrucciones, que vaya usted a saber dónde estará –si está- se me encendió una pequeña luz en el cerebro: ¿y si lo que está averiado es el cable y no el escáner? Probé a conectarlo con otro cable nuevo… et voilà: al fin funciona perfectamente. Ayer fui a casa de mi madre y me traje casi un centenar de fotos antiguas para escanearlas (ocurrencia inspirada por el bueno de Javier Berasaluce, quien al parecer es hijo del ex jugador de fútbol del mismo nombre, que fuera portero del Real Madrid).
El día 14 de mayo de 1979, día de mi duodécimo cumpleaños, mi tío Armando me regaló uno de los libros con los que más he disfrutado en mi vida: las novelas completas de Stefan Zweig. Recuerdo como mis tres grandes favoritas, por este orden:
-«La piedad peligrosa» o «La impaciencia del corazón»
A la mañana siguiente me encontré con que los reyes magos me habían traído un montón de juguetes y tuve mi primer déjà vu al contemplar esos juegos que había atisbado fugazmente la noche anterior, como en sueños.
Destaco especialmente de entre aquellos regalos uno que de alguna manera marcó mi futuro: la camiseta del F. C. Barcelona. ¿Qué tiene de especial? Pues… que mi familia es madrileña y madridista, para más guasa. Mi madre –que no sabe ni quiere saber nada de fútbol- se ve que se retrasó al enviar la carta a Sus Majestades y como ya no quedaban camisetas del Real Madrid y el niño no se iba a quedar sin su camiseta… pues allí amaneció la chamarreta del Barça conllevando el inesperado nacimiento de un culé madrileño. Después tuvo que coserme un 14 a la espalda. Aunque el “juguete” favorito de mi infancia en realidad fue un atlas geográfico que tenía mi padre.
Cuatro días después, el diez de enero de 1973, en televisión española proyectaron una película: «El fantasma y la señora Muir». A mí ya me gustaba mucho el cine, pero pensaba en cómo podría acordarme de mayor de cuál había sido la primera película que yo había visto, así que decidí memorizar el título de aquel largometraje como el primer film de mi vida. Al final me quedé dormido viendo la película, pero sigo recordando aquel título como consecuencia de mi capricho infantil.
Ayer, 5 de enero de 2011, después de varios años peleado con mi escáner sin ser capaz de configurarlo bien en ninguno de mis tres ordenadores (cada uno con un sistema operativo diferente) al percatarme de que siempre me daba el mismo mensaje de error, que me remitía al manual de instrucciones, que vaya usted a saber dónde estará –si está- se me encendió una pequeña luz en el cerebro: ¿y si lo que está averiado es el cable y no el escáner? Probé a conectarlo con otro cable nuevo… et voilà: al fin funciona perfectamente. Ayer fui a casa de mi madre y me traje casi un centenar de fotos antiguas para escanearlas (ocurrencia inspirada por el bueno de Javier Berasaluce, quien al parecer es hijo del ex jugador de fútbol del mismo nombre, que fuera portero del Real Madrid).
El día 14 de mayo de 1979, día de mi duodécimo cumpleaños, mi tío Armando me regaló uno de los libros con los que más he disfrutado en mi vida: las novelas completas de Stefan Zweig. Recuerdo como mis tres grandes favoritas, por este orden:
-«La piedad peligrosa» o «La impaciencia del corazón»
-«Una partida de ajedrez» o «Novela de ajedrez»
-«Carta de una desconocida»
Me extrañó que en el lomo de aquel libro gordo de pastas verdes de Editorial Juventud pusiese el número I llamándose el libro “Obras completas”. Luego pude deducir, cual hábil Sherlock Holmes- investigando un día en la biblioteca del cigarral de Armando- que mi cumpleaños debió cogerle desprevenido al tito y, sin tiempo para comprar un regalo, tomó el primer volumen de aquellos cuatro de Zweig y se convirtió en mi improvisado obsequio.
En un día indeterminado del año 1981, el mejor amigo de mi infancia, Carlos, me condujo a un lugar apartado con cara de misterio y sólo entonces sacó de su calcetín un paquete de tabaco que la había cogido a su padre. Era una cajetilla de un tabaco rubio que unos amigos venezolanos le habían traído como obsequio a su padre. Dado que el hombre era un fiel fumador de tabaco negro, aparcó aquel cartón de rubio en un armario. Mi amigo Carlos decidió que aquel cartón serviría para iniciarnos en el tabaquismo. Aquella fue la primera vez que prendí un pitillo. Me dio un asco terrible, pero a todo acaba acostumbrándose uno y poco después me convertí en un fumador compulsivo. Casi tres paquetes diarios para un idiota con problemas de asma y poca predisposición para el deporte no parecen la elección más acertada.
El siete de diciembre de 2002, en plena gripe, repentinamente, tomo la drástica decisión de dejar de fumar, pese a que tenía guardado un cartón de Camel casi entero. El mono fue terrible, tremendo, insoportable, pero ante los repetidos ataques del diablo tentándome para que volviera al vicio me consuelo a mí mismo en mi entereza insobornable diciéndome que algún día lejano volvería a fumar, pero sólo después de haber tenido cojones para vencer al tabaquismo. Engordé más de cinco kilos y las pasé muy muy putas, pero finalmente conseguí dejar el tabaco radicalmente y sin ayuda ninguna. Sólo en algún sueño volvía a prender un cigarrillo, entonces me despertaba hecho polvo, pero aliviado porque sólo se trataba de una pesadilla.
Cinco años y pico después, ampliamente superada mi adicción, en las navidades de 2007, decido caprichosamente que –tal como me prometí- volvería a fumar tras haber limpiado mis pulmones después de un lustro sabático sin nicotina. Al principio fumo algún pitillo suelto. Con el tiempo voy subiendo el consumo y desde hace un año fumo en torno a un paquete diario.
El sr. agachado y la sra. de rojo, mis aparecidos. |
Esta noche se me han aparecido en sueños dos personas recientemente fallecidas: los padres de mi amigo Carlos. Él llevaba tiempo conectado a una bombona de oxígeno por culpa de un cáncer de pulmón. Falleció y poco después murió su mujer, también de cáncer. Creo que me han dicho en sueños que lo de morirse no estaba tan mal, pero que dejara de fumar ya. También me dijeron que le asegurara a Carlos que estaban bien, pero no tengo su e-mail…
Hoy, seis de enero, he decidido que ha llegado el momento de despedirme del tabaco para siempre.
Hoy, seis de enero, he decidido que ha llegado el momento de despedirme del tabaco para siempre.
¿Qué te han traído los reyes?
Pues este año estaba previsto que cayera al fin el anhelado Kindle para hartarme de leer sin quedarme ciego, pero habida cuenta del pánico que le tengo al mono del tabaco –y a engordar unos buenos kilos- los reyes se han dejado caer –en lugar del e-reader- con una cajita de Champix para cuatro semanas. Así que ya hay fecha para mi último pitillo: el día trece de enero.
Sra. Maif |
También me han traído una extraña prenda a la que al parecer llaman chándal, supongo que será una indirecta.
También sus majestades, sin duda hartos de mi favoritismo por un jersey al que le tengo especial afecto -y que me suelo poner casi siempre- me han traído uno muy parecido, pero de otro color y con el cuello distinto.
Así mismo ha tocado recambio de móvil, un Samsung Wave que he estado trasteando por encima y me he quedado acongojado con lo que avanza la técnica, me he conectado desde él por wifi al blog del Sap y he leído en la pantalla del trasto un post entero y hasta he sabido escribirle un comentario desde el aparatillo de marras con una pantalla táctil de increíble precisión -pese a mis dedazos- qué cosas.
Y por último –pero no menos importante- he sido obsequiado con una cafetera de aluminio de las de toda la vida para tomar un buen café comme il faut, que ya está bien de gilipolladas del George Clooney, de nespresos y capsulitas.
Y por último –pero no menos importante- he sido obsequiado con una cafetera de aluminio de las de toda la vida para tomar un buen café comme il faut, que ya está bien de gilipolladas del George Clooney, de nespresos y capsulitas.
Como no fumador solo puedo aplaudir esa sabia decisión, Oscar.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Rafa.
Ánimo Maif. Quitarse del tabaco es la mar de fácil; Mark Twain decía que él lo había hecho 354 veces.
ResponderEliminar(Mi truco: Pensar que al estar intoxicado de nicotina, necesitas una limpieza interior. Por lo tanto, cada vez que el monstruito reclame su comida, bebe agua, bebe mucha agua. A ese hijoputa hay que ajogal-lo.)
Un abrazo.
Con el Champñix este dejé yo de fumar hace ya dos años y pico, y estaba dándole a tres paquetes/día... por eso San Champix es mi favorito así en la tierra como en el humo... esa nube que flotaba alrededor de mi pelo, presagio de la gloria, y que por fin, por Darwin, me ha abandonado, menos mal... Buena suerte, Óscar, y a por ello, que se puede. Es muy difícil, es horrible, pero se puede.
ResponderEliminarBlanc4.L.Vigil
Muchísimas gracias, Rafa, Sap y Blanca por vuestro apoyo, que seguro me hará falta... porque ya lidié con ese maldito toro y ahora lo mismo está «resabiao» (por eso no he dudado en aliarme con «Champix» para la batalla definitiva).
ResponderEliminar