jueves, 16 de abril de 2020

Cuatro cumples y un funeral

Bebiendo vino de la botaen la puerta de un cementerio.
Mi padre bebiendo vino de una bota en la puerta de un cementerio durante unas maniobras de la Brigada Paracaidista.

Todo cuanto podría haber salido mal... resultó finalmente peor.
Cuando mi padre ingresó en el hospital con neumonía y con los síntomas del COVID-19 le hicieron el pertinente test. Tardó varios días. Dio negativo. Bien, qué alivio.

Pero pasaba el tiempo y el enfermo no terminaba de mejorar. Cuando se veía ya que los hospitales madrileños colapsaban decidieron enviar a mi padre a casa para que terminara de recuperarse allí con antibióticos.

Bien, papá en casa de vuelta y se le puede ver porque ha dado negativo al coronavirus y somos vecinos.

Cuando llevaba dos días en casa se puso malísimo y hubo que llamar de nuevo a una ambulancia.

Resulta que en su hospital madrileño ya no había ninguna plaza, así que hubo que trasladarlo a Toledo.

Con los síntomas con los que ingresa vuelven a aislarlo y a hacerle la prueba para detectar el jodido bicho del demonio.

Papá sosteniéndome en brazos
Papá me sostiene en brazos


La información con cuentagotas. 

Pasan los días y lo último que supe es que parecía ir mejorando, le bajaba la fiebre y le quitaban el oxígeno, maravilloso.

El lunes 30 de marzo por la tarde le pregunto a mi hijo si intentamos hablar con su abuelo.

—Vale.

Marco la extensión de la habitación hospitalaria que ocupa mi padre, pero nadie descuelga el teléfono.

Bueno, a lo mejor está dormido o está pasando el médico en ese momento.

Un rato después suena el fijo: es mi hermana Silvia.

—Me ha llamado el médico. Papá ha dado positivo y está mucho peor —todo esto me lo dice llorando—, si no se recupera por sí mismo no le van a poner respirador...

Mi hijo se fija en que con la llamada de mi hermana se me está mudando la color y me pregunta alarmado qué pasa.

—Hijo mío, me temo que el abuelo se subió al árbol...

Lo pilla enseguida porque yo le conté aquel chiste. 

—No jodas.

Se viene a abrazarme llorando desconsoladamente... nunca la muerte le ha rondado a alguien tan cercano, bendita inocencia. Yo también cedo a mi estúpida resistencia emocional y dejo que la angustia salga en forma de lágrimas e hipidos.

Cuando pasados unos minutos conseguimos relajarnos un poco nos miramos sin saber qué hacer. Estábamos viendo juntos en la tele del salón un programa de humor de Youtube... Qué impotencia.

Papá en la nieve, en un baile de gala con mamá, subido a una barandilla en el Estrecho de Gibraltar y al final de sus días en el hospital.
Mi padre en la nieve, una foto en blanco y negro con uniforme, al centro en un baile de gala con mi madre, subido a una barandilla con el Estrecho de Gibraltar al fondo y al final de sus días en el hospital con una mascarilla de oxígeno.

Me subo a la bici estática y me pongo a pedalear con la mente perdida y la imagen de la TV congelada, como nuestras vidas.

Unos segundos después vuelve a sonar el teléfono. Veo en la pantalla del inalámbrico que es mi hermano Daniel, el médico. Ya sé lo que me  va a decir. Su tono de voz también confirma mis sospechas.

Mi hijo también ha leído la noticia en mi rostro y volvemos a abrazarnos en nuestra isla entre lágrimas, ya no cabe ni una mínima esperanza a la que asirse.

Mi mujer se acaba de levantar de su merecida siesta (ella también es "esencial" y trabaja estos días a todo ritmo). Al ver el valle de lágrimas en el que se ha convertido nuestro salón se une a nuestro abrazo y al llanto.

Mi hija vive por su cuenta. Cuando le doy la noticia se descoloca completamente. Nosotros tres al menos nos tenemos los unos a los otros para consolarnos, pero ella no puede unirse a su familia y no sabe cómo gestionarlo, pese a que está acabando este año Psicología. No puede creerlo, esto no debería ocurrir. La escucho y comprendo su angustia, descolocación e impotencia estando ella sola con su pareja y le aseguro que para esta noche montaré una videoconferencia a modo de "velatorio virtual" para que se pueda conectar toda la familia más cercana.

Tres momentos con mi padre.
Tres momentos con mi padre.


Mi hija es un poco incrédula respecto a que tal cosa pueda ocurrir tecnológicamente, pero a través de grupos de whatsapp familiares consigo montar una sala en Jitsi y escribo unas pequeñas instrucciones para conectarse desde PC con el navegador Chrome o desde tablet o móvil (vale para iOS o android), con los enlaces directos.

A la hora convenida van desfilando por la sala virtual los familiares avisados, cada uno desde su encierro. Es como un velatorio normal, pero en un espacio sin dimensiones, sin nada para picar, sin tener que salir fuera a fumar, sin coronas y... sin poder ver al finado. Es lo que hay, toca resignarse.

***

Recuerdo que hace tres o cuatro años, una noche de Halloween, mi padre tuvo una infección en el riñón que estuvo a punto de costarle la vida. Aquella noche lo llevé a urgencias en mi coche y cuando se lo llevaron al triaje me dio algo precavidamente y me dijo:

—Esto es para que me incineréis, no quiero entierro.

Miré lo que me había dado: era un fajo de billetes grandes, había más de cinco mil pavos.

De aquella se libró y le devolví el dinero en cuanto se puso mejor, pero ahora había que cumplir su deseo e incinerarlo. Seguía teniendo ese dinero preparado en su habitación. 

Indudablemente mi padre ha ido al cielo, hete aquí la prueba... cómo asciende al ser incinerado en el cementerio de Toledo.
Indudablemente mi padre ha ido al cielo, hete aquí la prueba... cómo asciende al ser incinerado en el cementerio de Toledo. Humo negro... efectivamente: non habemus papam. (Foto de mi hermano Daniel).

Menos mal que falleció en Toledo y se pudo hacer el siguiente sábado (cinco días) porque en Madrid nos dijeron que tardaban más de quince. Sólo podían ir tres personas, así que fueron mis tres hermanos. Dani, el benjamín de la familia, me iba mandando los vídeos por whatsapp, así que estuve allí también virtualmente. La tristeza dentro de la tristeza, penosa redundancia.
                                                                               
***

Total, que en este nuevo mundo del confinamiento postcovid-19 llevo cinco eventos familiares virtuales por videoconferencia: cuatro cumpleaños (me apena especialmente el de mi alegre sobrinilla, a la que le encantan las celebraciones multitudinarias) y un funeral.


Y aquí me encuentro, con una pena profunda y extraña, con la campanilla de apestado en mi cuello, sin poder ir a trabajar y sin saber si tengo el bicho... y ni siquiera sé si prefiero tenerlo o no, porque parece que tampoco esté claro que el que lo ha pasado se inmunice. A mi hermana Silvia al presentar síntomas le hicieron el test y ha dado positivo. Los demás seguimos esperando, ignorantes y perdidos, cada uno en su cueva, viéndonos por Jitsi Meet para compartir momentos y emociones.

Quiero confíar en que vendrán tiempos mejores, pero a lo peor en alguno de los billones de virus dentro de los millones de infectados se produce la mutación definitiva que borre a la Humanidad de la faz del planeta... igual lo merecemos por maltratarlo tanto.

8 comentarios:

  1. Desde el cielo (es tiempo de creer en todo) seguro que ha cogido esa bota de vino y habrá echado un trago de vino después de haber leído lo que has escrito.

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    1. Bueno, Maese, lo del vino era postureo (ya existía también por entonces) porque mi padre apenas bebía vino ni con el cordero, con lo que gustaba.

      Prefiero imaginarlo brindando con una de sus bebidas predilectas: la horchata de Alboraya que cada vez iba a Valencia degustaba con deleite. ;-)

      Gracias por comentar y saludos cordiales.

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  2. Totalmente de acuerdo con Nicolás, parece mentira que con tanto dolor lo puedas contar tan bien escrito. Es tan surrealista todo lo que está pasando, querido Óscar. Aún sigues teniendo una gran familia por la que seguir queriendo luchar. Así que mantén al bicho a raya y ojalá pronto os podáis abrazar y llorar por este gran padre que se marchó pero que no os dejó. Abrazos!

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  3. Me ha costado unos días poder sentarme a escribir, Montse, pero ya sabemos que la vida sigue para los que vamos quedando y es nuestra obligación aferrarnos a ella intentando gozarla al máximo mientras dure. Y eso intentaremos todos.

    Muchas gracias por tu cariño y tu abrazo, ¡otro para ti!

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  4. Esas fotos en las que estás con tu padre son preciosas todas, pero la de la Vespa..., esa es una joya. Un hombre de buen gusto, tu padre, amante de la horchata. ¿Le gustaba tomarla con fartons?
    Un abrazo, Maif. Cuidaos mucho, tú y toda tu familia.

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    1. El goloso de los fartons era yo, él solo horchatero.

      Es una pena que la foto esté tan deteriorada, a ver si un día le hago un buen escaneo y me meto con el retoque digital, también es mi favorita esa foto.

      ¡Un fuerte abrazo, Ángela!

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  5. Me ha encantado, Óscar, aunque siento que hayas tenido que escribirlo. Coincido con Ángela respecto a la foto de la Vespa: genial. Quédate con eso, con lo bueno de la historia; inténtalo al menos. Costará, ya lo creo, pero es la mejor opción. Un besote y mucho ánimo.

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  6. Muchas gracias, Carmela.

    Otro beso para ti, de los grandes y con todo mi cariño.

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