Aquel tipo logró individualizarme entre la multitud, se paró delante mía y dijo sin asomo de duda:
—¡Maif, eres tú, macho!
No tenía ni idea de quién puñetas era el pintas aquel que con tanta claridad parecía reconocerme.
—Soy yo, tío, Quinito, ¿no te acuerdas de mí?
Aquel menda, con aspecto de tenerle mucha afición a las drogas —en detrimento del sano hobby de los cuidados higiénicos— apestaba a un olor que tardé en reconocer como el mismo que se inhalaba en la parte trasera del autobús del reformatorio de Campillos cuando íbamos a Algeciras, cerca de donde nos conocimos más de treinta años atrás.
—Coño, Quinito, ha pasado mucho tiempo. ¿Qué te pasó con los dientes? —pregunté, saltándome los buenos modales, al contemplar su desamueblado hocico.
—
Ya ves, tronco, de pequeño me arrancaba los dientes para que me trajera dinero el ratoncito Pérez. Y como soy así, cuando me crecían los dientes de verdad me los arrancaba también. Cuando se me acabaron se los arrancaba a otros niños.
No me extrañaba. Este Quinito fue el niño que animó a mi hermano (con seis años de edad) para que se lanzara al vacío desde un tercer piso.
—Venga, salta, que no te va a pasar nada, si tu padre es paracaidista —esgrimía el mamón del él.
No me tragué lo del ratoncito Pérez.
La heroína fue la que se llevó su piñata.
***
Me ha sorprendido enterarme de que Josep María del Niu se ha presentado voluntariamente en la cárcel a las ocho de la mañana... Mi arma, si te presentas a las diez de la noche se te da igualmente por cumplido este día de condena.
Algo me dice que él sabe perfectamente que va a pasar poco tiempo entre rejas.
***
En realidad ese reencuentro con Quinito jamás llegó a suceder fuera de mi mente.
Lo cierto es que hace unos quince años mi madre se encontró casualmente con los progenitores del tipo. Le contaron que Quinito era yonki, pero que se estaba desintoxicando.
Mi mami tuvo la ocurrencia de darle la dirección de mi casa, animándole a que fuera a visitarme (nos separaban sólo 100 kilómetros de distancia).
Un día, en el que yo estaba trabajando (y mi mujer también), se presentó —sin mediar aviso— en casa Quinito preguntando por mí. Le abrió la puerta mi suegra (estaba allí para cuidar a mi hija a la salida de la guarde) y al verle las pintas se asustó y le dijo destempladamente que yo no vivía allí.
No volví a saber de él.
***
Como era previsible no acerté ni una de las chirigotas finalistas del COAC 2014. La de Vera Luque fue finalmente la vencedora.